lunes, 18 de abril de 2011

CHOI SEUNG-HO


SANGRE

Ahora nos dan la carne metida en una bolsa de plástico,
no en un pedazo de periódico viejo, como entonces.

Antes, la carne roja y sangrienta se quedaba pegada, muy pegada,
al periódico sangriento, y teníamos que quitarlo con las uñas,
y, al despegarlo, de vez en cuando, podíamos encontrar un retrato del sangriento dictador,
rompiéndose a pedazos entre las manos.
Sin embargo, esto fue ayer,
porque ahora poco sangra en la bolsa de plástico.

La carnicería está roja,
envuelta en un gran incendio.
Un toro descuartizado,
en trozos, como un rompecabezas de carne,
se puede meter en una bolsa de plástico, negra,
a excepción de sus grandes ojos, llenos de lágrimas.



A LAS DOS DE LA MADRUGADA, UNA GASOLINERA A LAS AFUERAS

¿Acaso reaparecen los espantapájaros cuando los crisantemos silvestres florecen? Hace mucho tiempo que no he visto esos espantapájaros con sus mangas vacías, a merced del viento del otoño: modas de mendigos desarrapados, ondulantes, con bastones demasiado endebles con los que sostener sus cuerpos, sus brazos abiertos como alas en vuelo, y la risa, ja ja ja ja. La risa, la risa. Una risa como de llanto… Y es tan grato recordar a los espantapájaros… Recuerdo la paz que reinaba alrededor de su imagen distraída, tan despistada como la que me trae el recuerdo de aquel maniquí en forma de agente de policía, instalado en una carretera, a las afueras de la ciudad.

A las dos de la madrugada entro en una gasolinera vacía. Una alevilla blanquecina aletea golpeando el suelo, da vueltas alrededor de la gasolinera. Sale del insomnio un anciano con su cara acartonada. Llena el depósito del coche y vuelve a su insomnio, recogiéndose con sus espaldas ya encorvadas.

Las luminarias de la noche, los postes nocturnos, piel de gato y de rana, pegadas al asfalto… ¿Acaso otra vez se dirige el camino hacia lo ancho de la muerte? Contemplo cómo una luz de oro parpadea, resplandeciente en el vacío, al ritmo de una música retumbando.



LUZ QUE QUEDA

Las ondas como escamas de un pez de agua
por fin amainaron al atardecer.

Más allá del río un recorte de siluetas montañosas pinta en negro sus delineados límites.
Allí, donde los rayos de oro se ocultan más allá de la montaña.

Las nubes a su paso traspasan el arco iris camino del este;
poco a poco van desapareciendo junto a los rayos que aguardan
tras alzar en lo más alto su mirada radiante.

Así, ante mi mirada,
tus ojos se tiñen de ese atardecer
que infinitamente irradian esos rayos de oro
tan transparentes al cielo más lejano.


CHOI SEUNG-HO (Corea del Sur, 1954)

De su poemario Grotesco (publicado en España por Huerga y Fierro en 2010).
Es extenso e incluye poemas en prosa. 105 páginas y sin ser edición bilingüe.
Traducción de Yong-Tae Min y Miguel Galanes.

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