jueves, 26 de mayo de 2011

ROBERTO JUARROZ

7

Parece a veces que sólo queda el espacio del poema
y quizá ciertos rincones de la noche.
Nos ha tocado probablemente la ráfaga de un silencio
que no es este silencio
o la implacable involución de los otros espacios.

La vida cede entonces como un odre gastado,
no sabemos si desde dentro o desde fuera.
El amor es otro dios que se agota,
otro espacio estrujado.
Y ni siquiera el atardecer,
que derrota a los contornos,
nos redime ya los pasos.

A pesar de haber pensado demasiado en la muerte,
no habíamos previsto que además de las cosas
también desaparecen los espacios
y que al desaparecer nos paralizan
en cualquier posición,
pero nunca en las que amamos.

Sólo cuando eso ocurre comprobamos
que únicamente el espacio del poema no se borra,
porque pertenece a otra zona,
como ciertos rincones de la noche:
la zona donde hay algo,
por lo menos su cavidad,
que permanece para siempre.



45

Toda palabra es una duda,
todo silencio es otra duda.
Sin embargo,
el enlace de ambas
nos permite respirar.

Todo dormir es un hundimiento,
todo despertar es otro hundimiento.
Sin embargo,
el enlace de ambos
nos permite levantarnos otra vez.

Toda vida es una forma de desvanecerse,
toda muerte es otra forma.
Sin embargo,
el enlace de ambas
nos permite ser un signo en el vacío.


Roberto Juarroz, Undécima poesía vertical (Pre-Textos)
Poema 7 de la sección II y poema 45 de la sección IV.



































Carmen Crespo Ruiz

Conchi Legrand Barret

Cristina González Taboada



miércoles, 25 de mayo de 2011

ODIASTE ESPAÑA

España te asustó. España,
donde me sentí como en casa. La luz de sangrienta crudeza,
las caras aceitosas de las anchoas, los negros
bordes africanos que todo tenía, te asustó.
Tu formación académica, por alguna razón, olvidó a España.
Las rejas de hierro forjado, la muerte y el tambor árabe.
No conocías el idioma, tu alma estaba vacía
de señales y la luz fundidora
te encogió la sangre. El Bosco
te extendió su arácnida mano y tímidamente
la tomaste, una americana típica.
Mirando hacia dentro llegaste al rictus funeral de Goya
y lo reconociste y diste un paso atrás
mientras tus poemas se encogían de frío y tu pánico
se aferraba a la América universitaria.
Así, de turistas, nos sentamos en una corrida de toros
observando la torpe carnicería de los toros aturdidos,
mirando al matador de rostro gris, detrás de la barrera,
justo debajo de nosotros, preparando el estoque
y vomitando miedo. Y el cuerno
que se escondió en la barriga de moscón
del picador derribado, que destruyó
lo que te esperaba. España
era el país de tus sueños, el cadáver de polvo rojizo
con el que no te atrevías a despertar, las amputaciones rugosas
que ningún curso de literatura había embellecido.
La tierra de embrujos tras tus labios africanos.
España era lo que intentabas despertar
y no podías. Te veo, a la luz de la luna,
paseando por el muelle vacío de Alicante
como un alma esperando el transbordador,
un alma nueva, que aún no comprende,
pensando todavía que está en su luna de miel
y en un mundo feliz, la vida entera aún por llegar,
feliz, y todos tus poemas esperando aún ser encontrados.


Ted Hughes traducido por Luis Antonio de Villena

lunes, 23 de mayo de 2011

DOS POEMAS DE JEAN HARP

Y GOLPEA Y GOLPEA Y GOLPEA

y sigue golpeando y otra vez
y así a continuación
y una dos veces tres veces hasta mil
y vuelve a empezar con más fuerza
y golpea la gran tabla de multiplicar y la pequeña tabla de multiplicar
y golpea y golpea y golpea
página 222 página 223 página 224 y así a continuación hasta la página 299 pasa la página 300 y continúa por la página 301 hasta la página 400 y golpea ésta una vez hacia delante dos veces hacia atrás tres veces hacia arriba y cuatro veces hacia abajo
y golpea los doce meses
y las cuatro estaciones
y los siete días de la semana
y los siete tonos de la escala
y los seis pies de los yambos
y los números pares de las casas
y golpea
y golpéalo todo junto
y la cuenta está hecha
y da uno.



PERO QUÉ LO SUSTITUIRÁ…

pero qué lo sustituirá

de lo alto de la mesa caen las alas
como hojas de tierra
ante los labios
en las alas es de noche
y entre las alas faltan cadenas cantantes

el esqueleto de la luz vacía los frutos

el cuerpo de los besos no se despertará nunca
nunca era real
el mar de las alas acuna esta lágrima
la campana habla con la cabeza
y los dedos nos conducen a través de los campos del aire
hacia los nidos de los ojos
allí se funden los nombres

pero qué lo sustituirá
en lo alto de los cielos
ni sueño ni desvelo
porque las tumbas son más claras que los días


Jean Harp, pintor (dadaísta y superrealista) y poeta (vanguardista), francés (1887-1966)
En Días deshojados (Hiperión) Traducción de Jesús Munárriz

jueves, 19 de mayo de 2011

SIEMPRE EL ADIÓS

Tú llorarás a mares
tres negros días, ya pulverizada
por mi recuerdo, por mis ojos fijos
que te verán llorar detrás de las cortinas de tu alcoba,
sin inmutarse, como dos espinas,
porque la espina es la flor de la nada.
Y me estarás llorando sin saber por qué lloras,
sin saber quién se ha ido:
si eres tú, si soy yo, si el abismo es un beso.
Todo será de golpe
como tu llanto encima de mi cara vacía.
Correrás por las calles. Me mirarás sin verme
en la espalda de todos los varones que marchan al trabajo.
Entrarás en los cines para oírme en la sombra del murmullo. Abrirás
la mampara estridente: allí estarán las mesas esperando mi risa
tan ronca como el vaso de cerveza, servido y desolado.

LOS AMANTES

  
París, y esto es un día del 59 en el aire.
Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces.
La primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco
en ese taxi urgente, y el gentío. Está escrito que esta noche
dormiré con tu cuerpo largamente, y el tren interminable.
París, y éste es el fósforo de la maravilla violenta.
Todo es en el relámpago y ardemos sin parar desde el principio
en el hartazgo. Amémonos estos pobres minutos.
De trenes y más trenes y de aviones errantes nos cosieron los dioses,
y de barcos y barcos, esta red que nos une en lo terrestre.
París, y esto el oleaje de la eternidad de repente.
Allí nos despedimos para seguir volando. No te olvides
de escribirme. La pérdida de esta piel, de estas manos,
y esas ruedas terribles que te llevan tan lejos en la noche,
y este mundo que se abre debajo de nosotros para seguir naciendo.
París, y vamos juntos en el remolino gozoso
de esto que nace y nace con la revolución de cada día.
A tus pétalos altos encomiendo la estrella del que viene en los meses de tu sangre,
y te dejo dormir en la sábana. Pongo mi mano en la hermosura
de tu preñez, y toco claramente el origen.


Gonzalo Rojas (Lebu, Chile, 1917-Santiago de Chile 2011)

EL TEMBLOR

La lluvia
como una lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz, bajar,
lamer el eje vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo ausente.

Busco ahora despacio con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.

Bebo, te bebo
en las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
oscura de la lluvia.

La raíz del temblor llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.


José Ángel Valente (Orense 1929-Ginebra 2000)

miércoles, 18 de mayo de 2011

Un poema de Basil Bunting

12

                                                    Perche non spero

Ya no esperamos volver ahora,
balandra, al plomizo muelle
donde atracamos dos veces y las dos renuentes
para zarpar en la calma soltamos las sogas
cuando de la mar sofocó en un murmullo la risa
y el petrel indeciso se alzó con una cháchara
tartamuda y rencorosa,

qué desolados se ven los canalizos,
balandra, y la carta manchada,
tiesa, vieja, incierta y arrugada,
que parece contradecir el cuaderno del piloto.
En los bancos desnudos pocos pájaros se hinchan
al ver el reflujo verterse en un paseo estrecho
como un arroyo ruidoso.

Pronto, mientras el chubasco del noroeste exprime sus nubes,
balandra, nos pondremos de facha
para salir de la arena y que a la media luna haga
lo que quiera, colgada del puerto en los obenques
como luz de anclaje. No nos queda rumbo por trazar,
sólo la deriva prolongada, la observación malhumorada, y esperar,
esperar.

                                                                                         1980


Basil Bunting (Northumberland, 1900-1985)
En Briggflatts y otros poemas (Lumen, Barcelona, 2004)
Selección, traducción y prólogo de Aurelio Major