sábado, 30 de abril de 2011

CASINO

-El tío este ya era un idiota en la academia militar.
Ahora está al frente de una brigada en Päde-Rastenburg.
¡¡¡En Päde-Rastenburg!!! Ja, ja, ja.

Tomarse por las mañanas un café en la cama es maravilloso. Espantoso.
                                                                                                             Maravilloso.

Opiniones completamente divergentes.

-”Usted, Junker, venga, lléveme a caballito,
estoy tan a gusto en mi sillón
y toca retirada a donde usted sabe...”
Conversaciones interrumpidas. Silencio antes de la batalla:
-Pero hombre, Arnim, no hay quien pueda con usted!

-¿Ha viajado alguna vez en tercera?
Qué va, ¿y usted? Tiene que ser curioso.
Dicen que hay unos asientos así de pequeñitos.

En la guerra toca guardarse siempre una última bala:
para el oficial médico, por si pretende ponerle a uno la mano encima.

¡A su salud, querido doctor!

De momento, todavía me conservo.
Pero si me caso, porque ya doy pena...
le digo que tiene que tener un par de tetas
tan duras como para cascar nueces.

¡Madre mía! Qué noche! ¡Qué mujer! Va y dice:
no me importa que sea pobre o tonto;
¡pero eso sí: joven, limpio y perfumadito!
Yo le contesto: comparto completamente su opinión, guapa.
Más vale algo menos de moral
y un poco más de cachas.
A partir de esto, llegamos enseguida a un acuerdo.

¿Sobre qué? ¿Sobre quién se ponía arriba y quién abajo?

La risa los pone a todos de acuerdo.



Gottfried Benn (Mansfeld 1886-Berlín 1956)
Poema originalmente publicado en la revista Pan en 1912.
Traducción de Luis Llorente.

viernes, 29 de abril de 2011

DESAYUNO

Echó café
en la taza.
Echó leche
en la taza de café.
Echó azúcar
en el café con leche.
Con la cucharilla
lo revolvió.
Bebió el café con leche.
Dejó la taza
sin hablarme.
Encendió un cigarrillo.
Hizo anillos
de humo.
Volcó la ceniza
en el cenicero
sin hablarme.
Sin mirarme
se puso de pie.
Se puso
el sombrero.
Se puso
el impermeable
porque llovía.
Se marchó
bajo la lluvia.
Sin decir palabra.
Sin mirarme.
Y me cubrí
la cara con las manos.
Y lloré.


Jacques Prévert (París, 1900-1977), versión de Enrique Uribe White

ANTÓNIO OSÓRIO

CADA SEGUNDO

No deseo la indigencia,
la serenidad
de lugares desertados:
deseo que cada segundo
cuando amo
                    explotase
y fuese una tierra
en su expansión
durante la primera noche,
la creadora,
del mundo.



SITIO EXACTO

Sé que no acaba
tu placer,
ni el mío.

Conozco
a alguien que ama
y nos lleva
al sitio exacto
de las estaciones.

Ni el sueño
después nos pertenece,
la suerte de los otros
heredada después de amar.


António Osório (Setúbal, Portugal, 1933), de El lugar del amor

Traducción de Luis Llorente.

Espero que os gusten mis versiones. Abrazos.

miércoles, 27 de abril de 2011

ESPLENDOR NEGRO

Sólo una vez pudiste conocer aquel Esplendor negro
e intermitentemente recuerdas la experiencia con vaguedad,
aproximaciones difusas, inminencias,
y así, desde tu juventud, arrastras frío,
un invisible manto de ceniza escarlata.
Y no fue necesario cegar los ojos,
pues de las luces claras de los astros
llegó el delirio aquel, la posibilidad más exacta y sencilla:
en vez de Dios o el mundo
aquel negro Esplendor,
que ni siquiera es punto, pues no hay en él espacio,
ni se puede nombrar, porque no se dilata.
Valen igual Serenidad y Vértigo,
pues las palabras están dichas desde la noche de la tierra,
y las palabras son tan sólo expresión de un engaño.
Volver al centro aquel es ir por las afueras de la vida,
sin conocer la vida, un inmundo imposible,
pues sólo el no nacer te pudiera acercar a esa experiencia.
Crear la inexistencia, y su totalidad,
no te hizo poderoso,
ni derramó tu llanto, y nada redimiste.
La misma incomprensión que contemplar el mundo
te produjo el terror de aquel Esplendor negro,
y aquel desvalimiento al cubrirte las sábanas.


Francisco Brines (1932)
De Insistencias en Luzbel (1977)

NO HAGAS COMO AQUEL

Divinizó a Antinoos.
Y así, ayudado en la plegaria ajena,
lo pudo retener en el recuerdo,
mantuvo su dolor.
Al fin, sólo mendigo y hombre.

Sé más pagano tú, y advierte que la vida
tiene un destino cierto: sólo olvido,
y si piadosa obra: Sustitución.
Es el azar origen del amor,
y el camino azaroso, y un golpe del azar
lo acaba pronto. Si tan ruda
es la vida, tan incivil el sentimiento,
tan injusta la pena,
y en ello no hubo enmienda con los siglos,
no hagas tú como aquél,
no pretendas hacer digna la vida:
tan torpe tiranía
no merece sino tu natural indiferencia.


Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1932): uno de los mejores poetas españoles de la generación del 50. Y de la segunda mitad del siglo XX, sin duda.

Este poema pertenece a Aún no (1971)

martes, 26 de abril de 2011

ANDRÓMEDA

La Andrómeda del Tiempo, impar en la belleza y el agravio,
sobre este rudo peñasco ahora escruta largamente hacia uno
y otro brazo de la costa,
su flor, su porción de vida, condenada a ser alimento del dragón.
Muchos golpes y venenos la tentaron y acecharon una vez;
pero desde Occidente oye ahora el rugir de una bestia
más salvaje que las demás, más desenfrenada
en sus daños, más inicua y más obscena.

¿Es que su Perseo se demora y la libra a sus vehemencias?
Pero él, hollando por un tiempo el aire suave como una almohada,
suspende sobre ella que se diría abandonada, sus pensamientos,

mientras, desgarrada hasta la angustia, su paciencia
crece, luego consigue desarmarla, y nadie lo sospecha
con los arneses y hierros de la Gorgona, correas y dientes.


Alberto Girri (Buenos Aires 1919-ídem 1991)

lunes, 25 de abril de 2011

LA ÚLTIMA NAO

Llevando a bordo al Rey Don Sebastián,
y alzando, como un nombre, en lo alto, el pendón
del Imperio,
se fue la última nave, desierta al sol aciago,
entre lloros de angustia, de presagio
y misterio.

Nunca volvió. ¿A qué no descubierta
isla abordó? ¿De aquella suerte incierta
que tuvo, volverá?
Dios guarda cuerpo y formas del futuro,
pero es Su luz, un sueño breve, oscuro,
quien lo proyecta.

Ah, cuanto más le falta al pueblo el alma,
más esta mi alma atlántica se exalta
y se vuelca,
y en un mar sin espacio ni tiempo, en mi interior,
entre la niebla veo empañado tu rostro
que vuelve.

La hora no sé, pero sé que hay una hora,
aunque Dios la demore y aún el alma la llame
misterio.
Surges al sol en mí y la niebla se esfuma:
es la misma, y tú traes todavía el pendón
del Imperio.


FERNANDO PESSOA
traducido por Jesús Munárriz

De Mensagem (1934), el único libro que publicó en vida, y que pronto quedó a la sombra de sus deslumbrantes obras póstumas, al publicarse.

Edición española: Mensaje, en Hiperión. Introducción de Eduardo Lourenço. Traducción de Jesús Munárriz. Edición bilingüe.

viernes, 22 de abril de 2011

CHOI SEUNG-HO (3)

PASAR EL INVIERNO

1

Arrojando los muebles por la ventana
una mujer gritaba.
Tras oírse y romper los cristales permaneció quieta.
Y no porque su dolor le hubiese calmado, no;
pero lo cierto es que se quedó como una estatua.
Un vendedor de tortas de arroz,
a gritos pregona una u otra vez:
¡Tortas de arroz, pasta de alforfón!
Mientras de esquina a esquina, al anochecer, va con su cesta
buscándose la vida por aquel viejo barrio de viviendas adosadas.


2

Acurrucado entre la maleza
un chorlito, semejante a un monje-niño,
protegiéndose del viento,
baja de una ermita en la montaña.
El chorlito, de inmediato, se oculta detrás de un árbol seco.
Más tarde, al atardecer, reaparecerá
en cualquier otro pueblo.
Tan semejante su plumaje a la hierbas que se camufla entre ellas.
El pequeño pájaro escudriña
en los cubos del establo, entre las vacas, buscando qué comer.
Si alguna vez te encuentras frente a los ojos del chorlito
y tienes hambre es que ya empieza a anochecer.
Las vacas mastican hierba, rumian,
mientras los hombres comen arroz.
Pero, ¿con qué saciará el hambre el chorlitín?

Los burletes rechinan y las lámparas se agitan desplegando sombras en la pared
cuando sopla el viento del norte,
mientras tanto el chorlito desaparece en la oscuridad.

Muy larga y aburrida es la estación del invierno.
El viento invernal hiela el agua de la tetera,
y sobre los tejados de hojalata sobresalen estrellas cubiertas de escarcha.

Pasar el invierno
es remover con pinzas
las cenizas apagadas en el brasero de barro,
o rellenar con trapos las rendijas de la puerta
para que el frío no nos invada.
Los osos polares duermen cuando hace frío y se levantan cuando hace calor,
pero yo no soy uno de esos osos polares que hibernan,
ni tampoco esa rana que se resguarda en el invierno con su boca pegada.
Por eso remuevo las cenizas.
En ocasiones, murmuro. Y no es porque tenga miedo al silencio.
En la vida, a veces, pasamos frío, pero nos tenemos que aguantar. Y aguantando
[y sufriendo
es como se acaba la vida. Ay, ¿es esto la vida?
Y, sin embargo, por ello no te has de convertir en un oso.
El remedio para aguantar el frío en la ciudad
consiste en vender algo, sí, algo;
por ejemplo: instalas una chimenea en el bidón,
después, dentro del bidón, prendes leña,
asas unas batatas y, finalmente, las vendes;
es decir, te pones una gorra de plato, unos zapatos árticos,
y te conviertes en un vendedor de batatas asadas a pesar de la nevisca.
Aunque en realidad yo no soy un vendedor de batatas,
ni tampoco, por ahora, soy un vendedor de mi propio sexo,
como una de esas putas que abundan por las esquinas.
Rusia es un país pobre.
Por lo tanto, ignoro qué habrá venido a vender en Seúl aquella chica rusa
que come las batatas asadas bajo la nevisca.



CHOI SEUNG-HO (Corea del Sur, 1954)
De su poemario Grotesco (publicado en España por Huerga y Fierro en 2010). Traducción de Yong-Tae Min y Miguel Galanes.

miércoles, 20 de abril de 2011

CHOI SEUNG-HO (2)

SOMBRA

Ignoro si escribo
con la curva espalda de la pluma.
Una sombra encorvada
se levanta como una neblina
en el horizonte inmenso, más allá de la “Estrella de la Jarra de Agua”,
e inclina su cabeza para observarme.
En aquel momento,
sólo pendiente de lo mío,
yo esparcía algo sobre la blanca página
de la noche, con postura agachada,
alzando la cabeza para contemplar la sombra.
Ignoro si mancho la inmensidad de la noche
con estas pobres tinieblas.
Y escribo así
sobre la página en blanco
con mano sarmentosa:
un insecto o un toro nacido del cielo,
con el lomo unido al arado,
surca un huerto de estrellas.



PROSTITUTA MARCHITA EN EL CREPÚSCULO

Se murió la Madre Teresa.
Camino de la Madre:
con la cabeza inclinada,
lavaba sus manos
los pies que vinieron de arriba…

Todos nosotros somos prostitutas marchitas en el crepúsculo.
Tributamos desde lejos, como ofrenda mínima,
ramos de bolsa de pastor,
de pie, sobre el umbral, repleto de sémenes resecos,
de un prostíbulo viejo.

Se murió la Madre Teresa.



FERROCARRIL

Como la cabeza despedazada de un caballo
pasa una locomotora negra ante mis ojos.

Eso es todo.
El aparato solo se aleja retumbando.
Hace un día nublado y un olor a orina llena todo el ambiente.
Miro hacia abajo.
Ante el paso a nivel
me fijo en el ferrocarril
como tratando de indagar detalladamente en mi recuerdo.
¿Es que el alma no envejece?
Ya desde el principio ocupa el sitio de su muerte,
siempre tenazmente apegada al ferrocarril,
como si fuera un imán con forma de herradura.
Hace un tiempo nublado
y la vigueta húmeda del ferrocarril
se queda tendida abrazando el clavo.
¿Es que se hace flor de amaranto
la barra de hierro en la sangre, si se pudre?



HUIR DE LA CÁRCEL

Con el tiempo se hace más sólido 
y ambicioso mi deseo: cárcel en la que carcelero y preso soy.
Ejemplar y merecido es el envejecimiento de mi deseo,
pues condenado junto a su deseo vive.
Que sepas que el cuerpo es un presidio,
con muros fuertes y sólidos, y el hierro.
Sin embargo, a pesar de todo –morir en el intento–, rómpelos
hasta que desnudo se libere, el deseo esperanzador y peligroso,
rompiendo los ladrillos en su todo interior.


CHOI SEUNG-HO (Corea del Sur, 1954)

De su poemario Grotesco (publicado en España por Huerga y Fierro en 2010).
Traducción de Yong-Tae Min y Miguel Galanes (gran poeta por cierto).

lunes, 18 de abril de 2011

CHOI SEUNG-HO


SANGRE

Ahora nos dan la carne metida en una bolsa de plástico,
no en un pedazo de periódico viejo, como entonces.

Antes, la carne roja y sangrienta se quedaba pegada, muy pegada,
al periódico sangriento, y teníamos que quitarlo con las uñas,
y, al despegarlo, de vez en cuando, podíamos encontrar un retrato del sangriento dictador,
rompiéndose a pedazos entre las manos.
Sin embargo, esto fue ayer,
porque ahora poco sangra en la bolsa de plástico.

La carnicería está roja,
envuelta en un gran incendio.
Un toro descuartizado,
en trozos, como un rompecabezas de carne,
se puede meter en una bolsa de plástico, negra,
a excepción de sus grandes ojos, llenos de lágrimas.



A LAS DOS DE LA MADRUGADA, UNA GASOLINERA A LAS AFUERAS

¿Acaso reaparecen los espantapájaros cuando los crisantemos silvestres florecen? Hace mucho tiempo que no he visto esos espantapájaros con sus mangas vacías, a merced del viento del otoño: modas de mendigos desarrapados, ondulantes, con bastones demasiado endebles con los que sostener sus cuerpos, sus brazos abiertos como alas en vuelo, y la risa, ja ja ja ja. La risa, la risa. Una risa como de llanto… Y es tan grato recordar a los espantapájaros… Recuerdo la paz que reinaba alrededor de su imagen distraída, tan despistada como la que me trae el recuerdo de aquel maniquí en forma de agente de policía, instalado en una carretera, a las afueras de la ciudad.

A las dos de la madrugada entro en una gasolinera vacía. Una alevilla blanquecina aletea golpeando el suelo, da vueltas alrededor de la gasolinera. Sale del insomnio un anciano con su cara acartonada. Llena el depósito del coche y vuelve a su insomnio, recogiéndose con sus espaldas ya encorvadas.

Las luminarias de la noche, los postes nocturnos, piel de gato y de rana, pegadas al asfalto… ¿Acaso otra vez se dirige el camino hacia lo ancho de la muerte? Contemplo cómo una luz de oro parpadea, resplandeciente en el vacío, al ritmo de una música retumbando.



LUZ QUE QUEDA

Las ondas como escamas de un pez de agua
por fin amainaron al atardecer.

Más allá del río un recorte de siluetas montañosas pinta en negro sus delineados límites.
Allí, donde los rayos de oro se ocultan más allá de la montaña.

Las nubes a su paso traspasan el arco iris camino del este;
poco a poco van desapareciendo junto a los rayos que aguardan
tras alzar en lo más alto su mirada radiante.

Así, ante mi mirada,
tus ojos se tiñen de ese atardecer
que infinitamente irradian esos rayos de oro
tan transparentes al cielo más lejano.


CHOI SEUNG-HO (Corea del Sur, 1954)

De su poemario Grotesco (publicado en España por Huerga y Fierro en 2010).
Es extenso e incluye poemas en prosa. 105 páginas y sin ser edición bilingüe.
Traducción de Yong-Tae Min y Miguel Galanes.

viernes, 15 de abril de 2011

ANNE MICHAELS

LA LLUVIA CREA SU PROPIA NOCHE

La lluvia crea su propia noche, largas mañanas de lámparas aún encendidas.
La ligera hierba de la playa se pega al suelo junto a tus zapatos,
el polen del verano pasado se alza desde húmedas pantallas metálicas.

Esto es orden, esta confusión que cubre los claros entre nosotros,
ropas colgando de las sillas, el abrazo embarrado de tus zapatos.

La lluvia intensa huele como si surgiera de la tierra.
La luz humana de nuestras ventanas, la quietud naranja
de habitaciones vistas desde el exterior. El sitio al que caemos a solas,
cayendo del sueño. Rodeados por la verde certeza del bosque,
por la gasa de hierro de cielo y mar,
mientras la noche, la lluvia, se empuja a sí misma a través de los árboles.



PALABRAS PARA EL CUERPO (fragmento)

Cualquier descubrimiento de la forma es un acto de memoria,
existe en ese momento - a solas,
y existe en la historia -lineal,
en la música, en la frase.
Cada poema, cada partitura nos recuerda perfectamente,
igual que la tierra recuerda nuestros cuerpos,
igual que un hombre y una mujer en su unión
se recuerdan el uno al otro por separado.

Hace veinticinco años y cada poema de amor
me dice que tu música y mis palabras son lo mismo:
una devoción al aire común, al motivo, a la memoria.

Venerar la memoria es venerar el cuerpo.

Y me veo a mí misma describiendo
la unión de caderas y ojos,
los puertos de muslos y labios,
como la canción de dos pequeños cuerpos en un barranco oscuro,
como dos pequeños cuerpos
sujetando el cielo nocturno en tierras de invierno.



ANIVERSARIO

Esta noche nuestra habitación es un Buick,
las ventanillas subidas embozan el viento frío del lago.
Hace treinta años que atravesamos montañas oscuras
por carreteras angostas, como si nos deslizáramos bajo mantas como una linterna.
A tres días y dos noches del mar,
dejamos atrás los silos del grano inclinados contra el horizonte
como las cabezas de Easter Island;
bajo las estrellas saltando
como ibis entre los mangles.
Treinta años desde la boca y todavía
dormimos en coches. Todavía
despiertos con la luna, la frente iluminada.


ANNE MICHAELS (Canadá, 1958)

En El peso de las naranjas / Miner´s Pond (Bartleby)
Traducción de Jaime Priede. No es edición bilingüe.

Procedencia de los poemas:
La lluvia crea su propia noche, de El peso de las naranjas
Palabras para el cuerpo, de El peso de las naranjas
Aniversario, de Miner´s Pond

jueves, 14 de abril de 2011

BALCÓN AL MAR

Llego a tus costas
como al reverso menos cruel de la moneda
y tengo todo el tiempo para amarte
aunque el amor no sea más que alguna carta
a veces una espera.
Me desvisto en el muelle
me deslumbro
tiendo mi mano para hallar otra respuesta
y allí estás tú
allí vuelvo a encontrarte
toda tu firme voluntad sobre mis huesos.
La Habana
al otro lado
es una mancha
una extensa muchacha de luces en la espalda
siempre llena de veredas y centauros.
Porque no soy igual a los demás es que te amo
cuando la muerte es una rosa de los vientos
un golpe de suerte
una limpia palmada sobre el hombro.
Porque no soy igual a los demás es que te canto
que asciende mi canción buscando un puerto
un balcón frente al mar
donde dejar mi mano
donde dejar toda mi voz a buen recaudo
sobre el reverso menos cruel de la moneda.


ODETTE ALONSO (Santiago de Cuba, 1964)

miércoles, 13 de abril de 2011

EXQUISITO SHELLEY

III

Llora por Adonáis, llora porque se ha muerto.
Melancólica Madre, despiértate y solloza.
Mas no: mejor apaga tus lágrimas ardientes
en sus lechos de fuego; que tu corazón duerma,
igual que el suyo, un sueño callado e impasible.
Porque está donde toda la hermosura y nobleza
desciende. Nunca sueñes que el amoroso Abismo
nos lo devuelva al aire vital, porque la muerte
se traga su voz muda, se burla de nosotros.



XII

Un nuevo resplandor brilló sobre su boca,
que estuvo acostumbrada a absorber el aliento
con el que conseguía penetrar en la mente
cautelosa y hundirse en el corazón trémulo
con relámpago y música. Y la húmeda muerte
apagó su caricia en los labios de hielo,
meteoro moribundo que la noche ha abrazado
y que mancha a su paso la estela de la luna,
destellando un instante en esos miembros pálidos
para acabar perdiéndose en su final eclipse.



XXXIX

Haya paz, que él no ha muerto; paz, que no está dormido;
que ya se ha despertado del sueño de la vida.
Y nosotros, perdidos en visiones sombrías,
entablamos inútiles batallas con quimeras,
y apuñalamos, locos, con el filo del alma,
invulnerables nadas. Somos como cadáveres
que en la tumba se pudren; el miedo y el dolor
nos consumen y agitan, mientras fríos deseos
pululan como hormigas en nuestro barro vivo.



Percy Bysshe Shelley
*De Adonáis, elegía en la muerte de John Keats

En No despertéis a la serpiente. Antología poética bilingüe (Hiperión), que incluye la citada elegía –íntegra– más otros cuarenta de sus mejores poemas. Traducción, prólogo y notas de Juan Abeleira y Alejandro Valero.

martes, 12 de abril de 2011

ELLOS

Ellos se aman de tal manera que por este odio
capturan del aire las panteras de sus momentos
y en secreto las alimentan contra sí mismos
fingiendo un temblor para cazar mariposas.

Ella le dice a él: creo en ti como
en un buque de alta mar. Y corriendo por la pradera
se tiente tan segura como el plusquamperfectum,
el tiempo más seguro.
Él mira a través de los ojos de ella los cuales aumentan
los lados malos y buenos de este mundo
a igual distancia de sus esbeltas piernas.

Ellos se aman de tal manera que por este odio
besan las líneas papilares de sus dedos
y hacen las maletas. En jaulas encierran
la memoria. Y echan la llave a una gota
de lluvia. Se oye un ruido en el fondo.
Y por este odio
se aman tanto que se entregan mutuamente
un ramo de tomillo como a la hora de la merienda,
como si de forma totalmente inesperada
les hubiera invitado el rey Popiel y en silencio loco
les hubiese ofrecido en fuentes todos aquellos ratones
que a él lo devoraron.

Puntualmente retrasados. Él y ella. Saben
que no viven en la época de Sebastian Bach.
Seguramente el ojo saltón de un pez les envidia
porque todo lo ven haciendo un guiño.



Ewa Lipska (Cracovia, 1945)
Traducida por Fernando Presa González

Del poemario Fresas blancas (edición bilingüe, Huerga y Fierro, 2007)

Nota crítica: me permito hace algunos cambios por motivos estéticos y gramaticales e interpretativos. A-Presa González pone mayúscula en Creo, del verso 6. Yo no quiero poner mayúscula después de punto. Lo siento. Lo he visto en otros poemas y no me gusta. B-Después de la palabra plusquamperfectum (verso 7) no pone coma. Yo sí. Por pura lógica sintáctica. Si fuera un poema íntegramente escrito sin puntuación visible, perfecto. Pero no es el caso. C-Lo mismo ocurre después de la palabra merienda (verso 19). Él no pone coma. Yo sí.

D-Presa González escribe Sebastián Bach. Yo prefiero escribir Sebastian Bach. Traducir el nombre suena a tiempos franquistas (y no vean connotaciones izquierdistas, pues yo no soy ningún revolucionario), pero es que me recuerda a libros de Historia editados en España antes de que el generalísimo la cascara, y antes de resucitar en ciertos medios de comunicación, donde se dice Federico Nietzsche, Carlos Marx o Guillermo Shakespeare, y me da un poco de asco, sinceramente. ¡Los nombres no se deben traducir! Luego yo digo Sebastian Bach. Lo mismo ha pasado con la música. He visto vinilos de Led Zeppelin, de Joan Baez y de Bob Dylan con los títulos de las canciones traducidos. Patético.

En todo caso, Fernando Presa González me parece un gran traductor (y el polaco es chungo, luego tiene su mérito, oiga). Le mando un saludo simbólico (porque nunca conocerá este blog), por el buen rato que me ha hecho pasar con la lectura. Grandes poemas que ha escrito, digo traducido…

Hasta dentro de unas horas, lectores del Insecto.

sábado, 9 de abril de 2011

DÍA


¿De qué cielo caído,
oh insólito,
inmóvil solitario en la ola del tiempo?
Eres la duración,
el tiempo que madura
en un instante enorme, diáfano:
flecha en el aire,
blanco embelesado
y espacio sin memoria ya de flecha.
Día hecho de tiempo y de vacío:
me deshabitas, borras
mi nombre y lo que soy,
llenándome de ti: luz, nada.

Y floto, ya sin mí, pura existencia.


OCTAVIO PAZ
De Asueto [1939-1944], en Libertad bajo palabra [1935-1957]

RESUMEN DE LA INFANCIA

Ante todo, es preciso ordenar la infancia
como un país disperso, hallar las fechas
de su límite: la dulce iniciación
en la desobediencia, la cerradura
que por necesidad puse a mi alcoba
o la primera mujer que se guardó la noche
entre sus telas estériles, sus párpados.

Y descubrí de pronto que nadie compartía
mis costumbres: la muerte había entrado
antiguamente al patio, a la bodega,
y yo crecía sobre un osario familiar.
No sé por qué, porque sí, por pura
gana, cambié las órdenes para la cena,
el sitio de los adornos, el precio
de las plumas; odié el muro
que cercaba la viña y el camino de orina
a los establos. Y ya no pude vivir más,
no podía establecer mi edad, mi oficio,
destruir la seguridad de cada día
o levantar los párpados hacia la luz
de afuera: un hombre pasaba sin llorar
bajo la lluvia, las aldeanas
completaban su cuerpo entre la hierba,
pero debía conservar la herencia intacta,
conocer los secretos del ganado,
calcular la distancia entre mi seca
seguridad y la aventura.

                                     Así empecé
a soñar solamente con la llave,
con la bahía donde nadie hubiera
a despedirme, con migraciones de pájaros
azules. No era la pegajosa soledad
lo que buscaba sino una familia
diseminada en la distancia, una
hora de paz bajo los árboles, una hoja
sin odio entre mis manos.


JORGE ENRIQUE ADOUM (Ecuador, 1926-2009)
De Notas del hijo pródigo (1953)

viernes, 8 de abril de 2011

EL ESCRIBA

Soy el escriba de una ciudad que no existe.
En ella cantan los pájaros y sus adoquines
son de hielo y no queman. Así, el paseante
puede contemplar los peces, los cangrejos
y una alfombra de plantaciones de coral
y posidonia. Y si mira más abajo, las naves hundidas
del tiempo. La música, el silencio y las palabras
ciertas son las únicas ordenanzas de esta ciudad
de la que hablo. El orden se sustenta solo
y el mal no existe, aunque acampe a los pies
de las murallas. De noche, brillan sus fogatas.
La geometría de los jardines es nuestro espejo.
No hay estatuas: piedra y lápidas
son vivienda para los vivos y los muertos,
mas no para honrar la memoria efímera
de lo que ha sido y sólo es en el recuerdo
de los que lo conocieron. En esta ciudad
escribo sobre el ciclo de las estaciones
y el distinto ritmo que marca la vida
de los hombres. Amo la mirada y la piel
de las mujeres, cuando éstas desean ser amadas.
Si no, vivo solo. Y los niños me señalan riendo,
para que no olvide lo que fui antes de habitar
esta vieja casa que el sol dora al atardecer.
La historia es cementerio de dinastías olvidadas:
aquí no somos víctimas de los tiranos
y la malediciencia es sólo un juego más
cuando el cielo se oscurece y luego llueve.
Agua, pan, vino, sal, aceite o fruta
son monedas de uso corriente. El oro
y la plata no existen. La miseria tampoco.
Soy el escriba de la ciudad donde vivo.
Aprendo de los filósofos y admiro las novelas
que fueron escritas para celebrar el amor
y mirar a los ojos del tiempo sin perder la razón.
Mi oficio son las cartas de los que no saben
decirse. Descifro sus emociones y relato
sus sentimientos. Y esas emociones
y esos sentimientos son entonces los míos.
Nunca cobro por mi trabajo: agradezco
sus encargos, que me permiten sentirme vivo.


JOSÉ CARLOS LLOP (Palma de Mallorca, 1956)
De su poemario La avenida de la luz (Lumen, 2007)